Un supermercado en California
Dice Rosko que ya nunca escribo nada, y es verdad. Por ahora, mejor vuelvo a leer.
¡Qué duraznos y qué penumbras! ¡Familias completas comprando de noche! ¡Pasillos repletos de maridos! ¡Sus esposas entre los aguacates, los bebés en los tomates! ––y tú, García Lorca, ¿qué hacías allá abajo junto a las sandías?
Te vi Walt Whitman, sin hijos, viejo mendigo solitario, hurgando entre las carnes del refrigerador, mirando insistente-mente a los muchachos de la verdulería. Te oí preguntándoles a todos: ¿Quién mató las chuletas de cerdo? ¿A cuánto las bananas? ¿Eres tú mi Ángel?
Te vi Walt Whitman, sin hijos, viejo mendigo solitario, hurgando entre las carnes del refrigerador, mirando insistente-mente a los muchachos de la verdulería. Te oí preguntándoles a todos: ¿Quién mató las chuletas de cerdo? ¿A cuánto las bananas? ¿Eres tú mi Ángel?
Vagaba entrando y saliendo por entre los brillantes montones de tarros siguiéndote, perseguido en mi imaginación por el detective de la tienda.
Dimos zancadas por los amplios corredores juntos en nuestra solitaria fantasía saboreando alcachofas, poseyendo cada una de las congeladas delicias, nunca pasando por el cajero.
¿Adónde vamos, Walt Whitman? Las puertas cierran en una hora. ¿A qué dirección tu barba apunta esta noche?
(Toco tu libro y sueño con nuestra odisea en el supermercado y me siento absurdo.)
(Toco tu libro y sueño con nuestra odisea en el supermercado y me siento absurdo.)
¿Caminaremos toda la noche por las calles solitarias? Los árboles agregan sombras a las sombras, están apagadas las luces de las casas, ambos estaremos solos.
¿Nos pasearemos soñando la perdida América del amor pasando por los azules automóviles aparcados en las entradas de las casas, de regreso a nuestra cabaña silenciosa?
Ah, querido padre, de barba gris, solitario y viejo maestro del coraje, ¿con qué América te encontraste cuando Caronte dejó de impulsar su barca y saliste a una nebulosa rivera y te quedaste mirando cómo desaparece el bote en las negras aguas del Leteo?
Allen Ginsberg, 1956. Mejor que Kerouac.
1 comentarios:
Un grosso el Ginsberg, otro vagabundo del Dharma
besos,
Nanok.
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